Coronavirus: ¿por qué no todos los virus son malos para nuestra salud?
Algunos virus, conocidos como fagos, pueden matar bacterias dañinas.
Los virus son conocidos principalmente por su naturaleza agresiva e infecciosa.
Es cierto, la mayoría de los virus crean una relación patogénica con el organismo portador -lo que significa que causan enfermedades que van desde una leve gripe hasta serias condiciones respiratorias (como las producidas por el actual brote de coronavirus).
Estos virus operan invadiendo una célula del organismo portador, apoderándose de la maquinaria celular para crear nuevas partículas virales que infectan a más células y causando enfermedad.
Pero no todos son malos. Algunos virus pueden matar bacterias, mientras otros combaten virus más mortales. Así como tenemos bacterias protectoras (probióticos) en nuestro cuerpo, también tenemos varios virus que nos defienden.
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Fagos protectores
Los bacteriófagos -o fagos- son virus que infectan y destruyen bacterias específicas ("fago" viene de una raíz griega que significa "devorar"). Se encuentran en la membrana mucosa que reviste los aparatos digestivos, respiratorios y reproductivos.
La mucosa es un material espeso y gelatinoso que actúa como una barrera protectora contra la invasión de bacterias y defiende a las células subyacentes de infección. Estudios recientes indican que los fagos que están presentes en la mucosa hacen parte de nuestro sistema inmunitario natural, protegiendo al cuerpo humano de las bacterias invasoras.
Los fagos han sido utilizados para tratar la disentería, la septicemia causada por el estafilococo aureus (una de las bacterias más agresivas y resistentes a antibióticos), infecciones de salmonela o infecciones cutáneas desde hace casi un siglo.
Las fuentes iniciales de fagos incluían depósitos de aguas locales, tierra, aire, aguas residuales y hasta fluidos corporales de pacientes infectados. Los virus eran aislados de estas fuentes, purificados y utilizados para tratamiento.
Ha habido un renovado interés en los fagos a medida que enfrentamos una creciente resistencia de las infecciones a los medicamentos. Recientemente, se informó de un adolescente en Reino Unido que estaba a punto de morir, hasta que fagos fueron utilizados con éxito contra una seria infección que había sido resistente a los antibióticos.
Hoy día, los fagos son modificados mediante ingeniería genética. Las cepas individuales de fagos se ponen a prueba contra bacterias específicas y las más efectivas se purifican en potentes concentraciones. Éstas se almacenan en existencias de bacteriófagos (cocteles), que contienen una o más cepas de fagos y pueden actuar sobre una amplia gama de bacterias, o como bacteriófagos adaptados, que actúan sobre una bacteria específica.
Antes de iniciar el tratamiento, se toma una muestra con hisopo de la región infectada del paciente, se hace un cultivo en el laboratorio para identificar la cepa bacteriana y se pone a prueba con las existencias de fagos terapéuticos. El tratamiento puede aplicarse de manera segura por vía oral, emplearse directamente sobre lesiones o ulceraciones bacterianas, o incluso esparcirse sobre superficies infectadas. Actualmente se realizan pruebas clínicas para la aplicación intravenosa de fagos.
Infecciones virales beneficiosas
Contraer infecciones virales a temprana edad es importante para garantizar el desarrollo apropiado de nuestro sistema inmunitario. Además, el sistema inmunitario es estimulado constantemente por virus sistémicos que nos afectan a un nivel bajo pero suficiente para generar resistencia a otras infecciones.
Algunos virus con los que entramos en contacto protegen el cuerpo contra la infección de otros virus patogénicos.
Por ejemplo, los virus latentes (asintomáticos) de herpes pueden ayudar a las células asesinas naturales del cuerpo humano (células blancas sanguíneas específicas o linfocitos) a identificar células cancerígenas y células infectadas por otros virus patogénicos. Estos arman las células asesinas naturales con antígenos (sustancias externas que pueden generar una respuesta inmunitaria en el cuerpo) que las habilitan para identificar células tumorosas.
Esta es tanto una táctica de supervivencia de los virus para permanecer más tiempo dentro del organismo portador, como para eliminar la competencia de otros virus y evitar que le hagan daño al portador. En el futuro, las versiones modificadas de estos virus podrían ser utilizadas para actuar específicamente contra células cancerígenas.
El pegivirus humano o GBV-C (también conocido como virus de la hepatitis G) es un virus que no causa síntomas clínicos. Múltiples estudios han demostrado que pacientes con VIH que son infectados con GBV-C viven más tiempo, comparados a los pacientes que no lo reciben.
El virus ralentiza la progresión de la enfermedad al bloquear los receptores del portador requeridos para la invasión celular del virus y promueve la distribución de detectores de virus como interferones y citoquinas (proteínas producidas en la células blancas sanguíneas que activan la inflamación y extracción de células infectadas o patógenos).
En otro ejemplo, se ha demostrado que los norovirus protegen el intestino de ratones a los que se les había suministrado antibióticos. La bacteria intestinal protectora fue eliminada por los antibióticos dejando a los ratones susceptibles a las infecciones digestivas. No obstante, ante la ausencia de estas buenas bacterias, los norovirus pudieron proteger a sus portadores.
El futuro de los virus terapéuticos
La tecnología moderna nos ha permitido entender más sobre las complejidades de las comunidades microbianas que forman parte del cuerpo humano. Además de las buenas bacterias, ya sabemos que hay virus beneficiosos presentes en los intestinos, la piel y hasta en la sangre.
Nuestro conocimiento de este componente viral todavía está en su infancia. Pero tiene enorme potencial en ayudarnos a entender las infecciones virales y, más importante aún, cómo combatir las infecciones dañinas.
También podrían arrojar luz sobre la evolución del genoma humano, las enfermedades genéticas y el desarrollo de terapias génicas.
* Cynthia Mathews es investigadora asistente de la Universidad de Carberra, Australia. Su artículo original apareció en The Conversation.
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